Es la hora de la cita. La noche es plácida, la luna brilla en un inmenso mar de estrellas. Una brisa fresca mece el titilar de las velas. En la mesa dos copas vacías. Tras ellas, una desconocida dama se descubre ante tus ojos.
La ves ahí, delante de ti, expuesta. Con un vestido sensual y elegante. Entre sombras adivinas a ver lo que se esconde debajo de él. Su piel es pálida y brillante, cubierta de verdosas escamas. Tu imaginación empieza a volar.
Te acercas con cuidado. Sabes que has de tratarla con delicadeza. Tus tensas manos deben tornarse en caricias. Tu tacto destapa sus esencias. Un aroma de recuerdos a jazmín y suspiros al pasar. Un jardín de sutiles flores perfumadas se apodera de tu olfato. Te impregnas de su fina dulzura. El deseo crece.
Pones tu mira en sus labios. Carnosos y exóticos. Te dispones a probar su sabor. Lo haces con sutileza, a pequeños sorbos. Una sensación amielada y suave te invade. Todos esos aromas vuelven a ti envolviendo tu paladar. Posas tus labios en su sedosa piel. Aspiras profundamente.
La tomas en tu mano para danzar una vez más. Repites el ritual para quedarte con cada sensación que te inspira. Lo grabas a fuego en tu memoria. Bebes el último trago de tu copa. Observas como una leve lágrima se desliza por su rostro.
Emoción a flor de piel. Pura Sensualidad.
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Isaac M. Ortigosa
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